Sin razones razonables - Primera Parte -

- Estas cosas siempre pasan con razón o sin razón pero pasan... - elucubraba en silencio mientras intentaba entender todo lo que había pasado esas últimas semanas.

Llevaba días con una fuerte migraña, desenmarañando ese dolor tan agudo que le oprimía el pecho y quebraba el cerebro.

No entendía, no podía entender por qué el resultado siempre era el mismo, por qué todo acababa de la misma manera, como si un malicioso juego del destino le estuviera mareando una y otra vez.

- Las cosas no pueden ser tan perfectas y acabar de esta manera - pensaba mientras encendía un cigarro.

Esa tarde el frío era insoportable, e intentaba calentar sus manos dentro de unos gruesos guantes de lana. La simple idea de regresar a casa le daba escalofríos, y paseaba sin rumbo por las mojadas calles de Madrid.

Al llegar a Atocha  pensó en coger el primer tren, a dónde fuese, cualquier destino sería bueno, cualquiera que le alejase de allí, tal vez así las cosas cambiarían, empezaría de cero como cuando llegó a esta ciudad.

De nuevo la idea le atormentaba, sería otra vez lo mismo - estás cosas siempre pasan- se repetía una y otra vez, apurando las últimas caladas de su cigarro.

La vida a veces es incomprensible, mucha veces cruel, y la soledad se viste de luto los días de lluvia.

Intentaba encontrar algo de lucidez entre la maraña de recuerdos del último verano. Allí estaba ella, radiante, sentada en aquella terraza al lado del mar, dejando que la brisa peinara su frente, mientras leía un libro, sin más ganas que exprimir cada segundo de sol que le quedaba a esa tarde.

Él la observaba tras sus gafas, era tan evidente que la miraba mientras ella fingía posturas cada vez más tentadoras para él.

Finalmente, decidido se acercó a su mesa, no había rechazo posible, él lo sabía, sabía de la química y la atracción que había surgido entre ellos.

En apenas unas horas se habían contado media vida como si supieran que el destino está a la vuelta de la esquina y los segundos se van comiendo las horas a una velocidad de vértigo.

-¡Qué frío!- y un escalofrío recorrió su espalda dejándole paralizado en medio de la calle.

Rozaban las diez y la lluvia empezaba a calarle los pantalones, no sabía dónde ir, si acaso a ese bar de mala muerte que hacía esquina.

Acostumbraba a beber demasiado, aunque para él siempre demasiado era poco, y a comer poco, de ahí esa delgadez que dejaba entrever las costillas tras la camiseta.

Esa noche ni el ron, ni el bullicio del bar, ni el tabaco calmaban su ansiedad.

Comentarios

  1. Me parece buen principio, pero no estoy muy seguro de que un blog sea apropiado para escribir historias a trocitos. Creo que es fácil perder el hilo.

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  2. Bueno, es una cuestión de falta de tiempo... si no lo hago así no lo haré nunca...

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